por Tobías Madero Gudelevicius
A pesar de que El Eternauta (2025) sea una adaptación, considero pertinente analizar esta nueva versión por sus propios términos y códigos audiovisuales más que por su fidelidad a la obra de Oesterheld y Solano López. Por esta cuestión nos centraremos más bien en cómo la serie resignifica la obra original en clave contemporánea, y cómo es disputada simbólicamente por diferentes sectores del arco político.
Por eso mismo, me parece relevante comenzar analizando el formato elegido para su adaptación: una miniserie de 6 capítulos (al menos en su primera temporada, desconozco cuántos capítulos tendrá la siguiente). En los últimos años hemos asistido al auge de miniseries producidas y/o distribuidas por grandes plataformas, que suelen ser de un valor efímero, un costo moderado (en comparación con las películas) y de un carácter bastante superficial. Un producto que queda a medio camino entre el lenguaje de una serie y la profundidad narrativa de un largometraje. Podemos verlo en los ejemplos recientes de Baby Reindeer, Adolescence, Atrapados o incluso la adaptación de Cien Años de Soledad. No es el objetivo despotricar contra estas producciones, pero a nivel de lenguaje cinematográfico logran un nivel más bajo del que vemos en la serie de Bruno Stagnaro. En ese contexto, El Eternauta aparece como una salvadora excepción ya que aprovecha las limitaciones del formato para adaptar de manera virtuosa las páginas de la historieta original. Algo que nunca pudo concretarse en un largometraje, como nos indican las fallidas adaptaciones de realizadores argentinos, siendo el caso de Lucrecia Martel el más conocido.
Pasando esas primeras cuestiones, es interesante ver el fenómeno que despertó El Eternauta. La serie más vista en Netflix en Argentina y la serie de habla no inglesa más vista en Netflix a nivel mundial, miles de personas comentándola, hasta clubes utilizando el formato, marcas explotándola como publicidad y una generalización de términos y frases que parece que quedarán en el imaginario colectivo (“Lo viejo funciona, Juan”). La rápida y transversal replicación de frases o ideas de la serie en la sociedad resultan un punto positivo para la producción de Stagnaro, ya que El Eternauta cuenta con bastantes insumos para el imaginario colectivo y el ser nacional que estimo quedarán guardados en la memoria de miles de personas, y eso es algo que no nos pasaba a nivel masivo con ninguna producción argentina hace años (estimo que Casados con Hijos o Los Simpsons -que ya son naturalizados argentinos- fueron los últimos en ser una fuente de frases para la cultura popular).
La historia original de Juan Salvo en clave de ciencia ficción fue vista como un ejemplo de solidaridad y lucha frente a un enemigo externo y esta idea de “nadie se salva solo” que es la frase del cómic, perduró en el imaginario colectivo durante años. Llegando en la década de los 2000 a la militancia kirchnerista, que encontró en el mensaje original de El Eternauta una identificación con Néstor Kirchner creando así la imagen del “Nestornauta”, una especie de nuevo héroe en ese embate contra los enemigos de la época como el “neoliberalismo y las grandes corporaciones”.
En ese marco, uno de los fenómenos más llamativos que generó la fiebre por la serie fue el intento de apropiación en redes de distintos sectores alejados del tradicional espacio político que estaba cercano a El Eternauta, en especial a Oesterheld y su visión política. Esto se ve reflejado en muchas cuentas de X cercanas al gobierno de Javier Milei que constituyen su guardia de hierro digital en las que celebran la visión de la adaptación de Stagnaro ya que se trata de una serie “más de derecha que el cómic original”, afirmando que ensalza la figura del ejército y su alejamiento de visiones feministas. Además, entre sus argumentos centrales se esboza que no está producida por el INCAA sino por Netflix, como muestra de superioridad del sector privado sobre el “ineficiente” sector público. Resulta paradójico pensar que, en 2012, el gobierno porteño de Mauricio Macri prohibió la inclusión de El Eternauta en los contenidos escolares de la Ciudad por considerarlo un “medio de promoción del kirchnerismo”.
Del otro lado del espectro, en lo que podemos englobar al ecosistema asociado al kirchnerismo, aparecieron las mismas valorizaciones que se hacían de la historieta, pero en este caso, ponderando los valores de Stagnaro a la hora de construir un héroe colectivo y la importancia de la solidaridad en perjuicio del egoísmo individualista. Debido a estas cuestiones, numerosas cuentas vinculadas a este ámbito político se refirieron a El Eternauta como una “serie peronista”, resaltandola como parte de una genealogía de obras nacionales. La simbología y costumbrismo argentino presente en la serie fue esbozado por varias cuentas vinculadas al peronismo como una exaltación de lo nacional en detrimento del gobierno de Javier Milei. Incluso dentro de este espectro político, la periodista Cynthia García fue más allá, señalando que, aunque la serie es buena, presenta un problema de “extractivismo cultural” por tratarse de una producción de Netflix.
De esta forma, la serie de Netflix aparece vista y comentada por una gran cantidad de personas a pocas semanas de su estreno, y referenciada en la mayoría de las plataformas de streaming, cuenta de X o programa relativo a lo audiovisual (sumado a los medios y su impacto en “memes” y publicidades). Dentro de su impacto instantáneo y masivo, El Eternauta quiso ser apropiada por ambos lados del espectro, y cada tribu política quiso llevar agua para su molino. En lo que alguien le podría parecer una falta de respeto a la obra y memoria de Oesterheld, siendo una contradicción que un gobierno liberal/conservador reivindique la obra de un militante montonero desaparecido por una dictadura militar neoliberal. Esta disputa por la representación política de una obra que, si bien no es partidaria, contiene una gran carga simbólica susceptible de análisis (y que excede al propósito de este escrito) creo que resulta un acierto de la producción de Stagnaro y Netflix, que con su adaptación logran apropiarse del material original para hacer una obra que se inscribe en el debate cultural y político y difícilmente pasará desapercibida, a diferencia de otras producciones audiovisuales de esta índole.
Como bien señala Antonio Gramsci, la batalla por la hegemonía no se libra solamente en lo político y lo económico, sino también en el plano cultural, donde se dan disputas simbólicas por el sentido. El Eternauta (2025) es una muestra clara de esto: una obra que aparece disputada por todos los espectros políticos en su lucha por la imposición de una hegemonía cultural. Este ejemplo pone de manifiesto que dentro de las batallas, el campo cultural sigue siendo uno de significativa disputa, donde nunca hay que dar nada por sentado ni mucho menos por ganado.