Reconciliación en tres movimientos
El futuro que Stagnaro imagina y pone en escena para la sociedad argentina en Credo, cuarto episodio del Eternauta.
por Ivan Pisani
El cuarto episodio de El Eternauta comienza con la imagen de algunos solitarios cuerpos caminando por las vías de la estación Aristóbulo del Valle. Esas formas reencuadradas por la boca del túnel se ven como sombras a la lejanía que avanzan hacía quién sabe qué destino. Algunas cosas son ciertas en este enigmático puntapié: son personas y su paso uniforme deja entrever al menos un leve nivel de organización entre ellos. Los episodios anteriores de la serie nos dejan con la idea de que el otro (y aún más el organizado) parece ser una amenaza, alguien que te puede robar tus provisiones, tu máscara e incluso intentar amotinarse en tu propio refugio ante el apocalipsis.
Hasta este punto de la serie (justo a la mitad) el mundo se muestra como un lugar hostil, lleno tanto de desesperación como de nieve tóxica. Juan no encuentra más que callejones sin salida para la misión de rescatar a su hija Clara, y el destino pareciera no estar de su lado. Omar decidió seguir su propio camino tras las reiteradas rispideces contra el resto de los protagonistas, y Favalli se ve congelado ante la paranoia y necesidad de supervivencia. Esto provoca que Juan y Favalli, amigos de toda la vida, se terminen peleando para el final del episodio anterior. La separación no sólo infecta al mundo sino también al grupo de sobrevivientes.
El improvisado funeral que realizan los sobrevivientes para su fallecido amigo El Ruso es un momento de humanidad entre la desidia, el amor del grupo para su compañero, la sensación de fraternidad sobreponiéndose a un contexto hostil se explicita con un simple gesto: sobre el cuerpo envuelto en mantas, los amigos lanzan unas cartas de la baraja española con las que jugaban al truco momentos antes de la catástrofe, el ancho, el seis y el siete de espadas. Una mano perfecta. A partir de aquí, Stagnaro juega con el mundo que construyó hasta este punto, durante casi tres horas y, con la idea de reconciliación y la revalorización de la comunidad como manto, efectúa tres movimientos que sirven para avivar el fuego sagrado que duerme bajo la piel de cada argentino que se disponga a absorber esta épica de ciencia ficción.
El primer movimiento en pos de este fin se da cuando Juan es levantado por Favalli en el auto, quien lo acompaña en la búsqueda de su hija Clara y le explica que, según su teoría, la nieve tóxica se debe a la ausencia de un campo electromagnético en la tierra, lo que provoca que las partículas radiactivas del cinturón de Van Allen se desprendan sobre ellos. Los amigos se reconcilian luego de haberse separado por una discusión viciada de desesperación y paranoia. En esta acción El Eternauta comienza el paulatino camino no solo a la salvación sino también a la explicitación de su postulado más grande: “Nadie se salva solo”. Un rescate, una extensión y una confesión: “No voy a dejar que una nieve de mierda arruine cuarenta años de amistad”, es ese grupo de pertenencia llamado amistad donde Stagnaro encuentra el alma de su obra.
El gesto que amplía el mundo de la serie reside en la aparición del ejército que patrulla las inmediaciones de Puente Saavedra. La introducción de la institución militar navegando por el apocalipsis nos deja con las mismas dudas que a los protagonistas, con quienes compartimos el punto de vista así como el trago de misterio. ¿Será verdad lo que dicen los militares? ¿Hay sobrevivientes en Campo de Mayo? ¿Son ellos los buenos?
Más que acostumbrados estamos los espectadores argentinos a desconfiar de las figuras de autoridad en las historias post apocalípticas, ya que es recurrente tanto del cine como las series estadounidenses retratarlos como figuras a temer. Ejemplos sobran en la cultura reciente, como The Walking Dead o The Last Of Us, donde quien posee el poder y la fuerza de las armas de fuego está más preocupado en aplastar al resto para su supervivencia que en lugar de ayudar al prójimo. La paranoia y desesperación que Juan y Favalli dejaron atrás minutos antes para reconciliarse ahora se vuelve a hacer presente, pero esta vez somos los espectadores quienes desconfiamos de las fuerzas armadas.
Más temprano que tarde esta sospecha es desestimada y ahí se hace carne el segundo movimiento que realiza Stagnaro, la recuperación de la confianza para con las fuerzas armadas. Una reconciliación como la de Juan y Favalli. La balacera que en principio pareciera tener a nuestros protagonistas como objetivos pronto revela a las verdaderas bestias que inundan las calles de Buenos Aires: los cascarudos. Los militares pelean y se sacrifican en una batalla desigual contra estas bestias (quienes más adelante sabremos que también son un ejército). No es casual que justo antes de la aparición del ejército los protagonistas encuentren el auto que usarán para escapar al final del episodio, el cual tiene un llavero de la selección campeona del mundo en 2022. Esto opera como una suerte de foreshadowing temático equiparando a los héroes modernos de la hazaña deportiva con los héroes nacionales del ejército argentino, además de establecer que la clave para el escape se encuentra en el mismo lugar donde se produce este primer encuentro.
Mientras observa las repercusiones del enfrentamiento, Juan recuerda el frío y la desolación de Malvinas. Un fusil tirado en medio de la nieve y varios soldados muertos desperdigados por el suelo blanco lo remiten a su herida originaria. Algo que él interpreta como un trauma de la guerra debido a sus constantes visiones sobre el pasado y el futuro. Este recuerdo se hará carne más avanzado el episodio, y le dará las fuerzas necesarias para erigirse como la representación del héroe colectivo que profetiza la serie en su conjunto. Es en este punto donde Juan vuelve a tomar un fusil en sus manos y a disparar contra un enemigo. La necesidad de sanar una herida del pasado y defenderse ante la amenaza del enemigo se explicita.
Ya en la iglesia, lugar donde se desarrolla la mayoría del episodio, Juan se encuentra no solo cara a cara con su pasado, sino con la necesidad de ser ese recipiente del deseo comunitario de sobrevivir, de dar batalla. Juan entiende que no puede dejar sola a esa gente y pone en riesgo tanto su vida como el tiempo del que dispone para encontrar a Clara. No es casual que esta predisposición al sacrificio encuentre su razón de ser en la conversación que mantiene con Omar, quien le hace saber que conoce su condición de ex combatiente y le suplica ayuda para poder transportar a toda esa gente a un lugar seguro, y si bien Juan se niega en principio, el hecho de saber que otro ex combatiente (El Rengo) se encuentra en la iglesia -casi como una visión que le profetiza la destrucción que se avecina- llevan a nuestro protagonista a avanzar con la ayuda.
El tercer movimiento que realiza Stagnaro nos plantea la reconciliación con lo sagrado y lo comunitario, representado por los sobrevivientes en la iglesia. Esta decisión se explicita en la presencia de un bebe dentro del grupo y del paso peatonal tapado debajo de General Paz, un umbral que representa el pasaje hacia otro estadio filosófico de la serie. Es el nacimiento de una nueva idea de comunidad lo que Stagnaro busca dejarnos en claro en el clímax de la serie. El pasado pareciera querer olvidarse, ya que incluso Juan se muestra reticente a mencionar los flashbacks de la guerra que lo aquejan; el presente es un infierno repleto de nieve tóxica y gente que busca salvarse sola. Pero el futuro es la llave hacía algo mejor, un mundo donde nos espera la compañía, la fraternidad y la comunidad.
Cabe destacar que tanto los militares como la gente de la iglesia son las primeras personas que le ofrecen ayuda al grupo en vez de atacarlos. No solo eso, sino que encarnan el sacrificio por el prójimo que se vuelve a hacer presente al final del episodio, cuando El Rengo y Rita entregan su vida en un acto heroico para que el resto de los sobrevivientes escapen. Esto genera una relación de paridad con el sacrificio que hace Juan para ayudar al grupo, es la operación de entregar algo en pos de la supervivencia del otro. El sacrificio por algo mayor es el corazón de este tercer movimiento.
Esta idea de reconciliación que llega con El Eternauta nos golpea como un cross a la mandíbula. Tiempos de individualidad y egoísmo parecen cubrir nuestra patria. Algunos lo leerán en el explosivo liberalismo de Milei, otros en la proliferación de los discursos por encima de los contenidos y las ideas, y quizás otros en el afloramiento de personas que buscan efectivamente salvarse solas frente a una creciente incógnita del que será mañana. Stagnaro no es ignorante de estas cuestiones y decide brindar una luz de esperanza en las figuras de la iglesia y el ejército, en el sacrificio y en la cualidad heroica que representa tener a alguien al lado, luchar juntos.
En su texto Política Más Allá De La Política (2010), Gonzalo Aguilar explica sobre El Nuevo Cine Argentino: “Por todo esto, pese a las apariencias, el cine argentino de los noventa es el más genuinamente político de todos. Es decir, en tanto cine. Abre el espacio de lo indeterminado, piensa el sentido no como un mensaje que se transmite sino como aquello que se construye con los planos y la puesta en escena, hace ver y escuchar imperceptibles o pequeñas formas de dominación como La Ciénaga con la familia, Mundo Grúa con el trabajo o Bolivia con los inmigrantes”. No sorprende cómo este análisis resuena con la obra de Stagnaro, filmografía que nace en el cenit del Nuevo Cine Argentino con Pizza, Birra y Faso (1998). Sea con unos jóvenes marginales comiendo pizza a los pies del obelisco o un grupo de sobrevivientes buscando refugio en una iglesia abandonada en un mundo post-apocalíptico, el núcleo de su obra está compuesto por grupos de amigos sobreviviendo y da la sensación de que camina las calles de sus personajes con la naturalidad de quien recorre su barrio. De allí que que obra encuentra la raíz de lo argentino en el contacto con el otro, la amistad y la lealtad.
En El Eternauta el director amplia esta necesidad de pertenencia a un nivel nacional, haciendo que todos los argentinos nos identifiquemos con la empresa de Juan no solo por salvar a su hija, sino por la batalla heroica a dar contra el ‘verdadero enemigo’. La obra de Stagnaro nos invita a pensar en una sociedad resquebrajada y proyectada al individuo como una suerte de infierno que los personajes deben atravesar para encontrar la verdadera arma que los hará vencer, ni más ni menos que la reconciliación con nuestros valores fundamentales como país: la comunidad y la defensa del otro.