¿Es posible que me gusten películas con las que no coincido ideológicamente?
Es una pregunta simplista, pero claro que sí. Pondré ejemplos extremos, pero ilustrativos:
El nacimiento de una nación (1915) es una de las películas más importantes de la historia del cine. Ninguna fue tan influyente en la definición del lenguaje cinematográfico. Es una obra maestra, una genialidad. Aun así, es profundamente racista.
Lo que el viento se llevó (1939) es titánica, quizás la gema más acabada, poética y monumental del cine clásico norteamericano. Muchos críticos actuales no logran descifrar la complejidad de su retrato social, pero eso no la exime de ser condescendiente con la explotación del afroamericano en el Sur antes de la Guerra Civil.
El triunfo de la voluntad (1935) es propaganda nazi y, aun así, cineastas comprometidos con los valores americanos como Frank Capra (Caballero sin espada, ¡Qué bello es vivir!) no pudieron evitar admirar la colosal poesía de las imágenes fascistas compuestas por Leni Riefenstahl.
Cónclave, de Edward Berger, en cambio, dista mucho de entrar en este grupo.
Está bien. El film del director alemán no es ni racista ni nazi. No quiero exagerar. Simplemente es liberal-progresista, o lo que el marketing político paleoconservador clasifica hoy como woke. Como yo soy lo que Malena Pichot o Ernesto Tenembaum definirían como “peronista de derecha”, Dios-Patria-Familia boy, católico flat white o “morenista”, podrán imaginar que no es una visión del mundo que me caiga del todo simpática.
Sin embargo, no soy intolerante. Encuentro valor tanto en el cine de Don Siegel como en el de Serguéi Eisenstein.
Hablemos entonces un poco de Cónclave.
El film de Berger nos sitúa en la inesperada muerte del Papa. La historia se narra desde el punto de vista del cardenal Lawrence (Ralph Fiennes), encargado de organizar el cónclave que reunirá a todos sus pares para elegir al nuevo líder de la Iglesia Católica.
A partir de ahí, nos encontramos con un típico thriller político. Berger construye una cinematografía prístina y pulcra. Uno podría pensar que elige narrar así porque debe filmar, nada más y nada menos, que el Vaticano. Pero el director alemán ya nos tiene acostumbrados a este estilo. Su cine es correcto: pone las cosas en su lugar y se da el lujo de componer imágenes memorables. Diría que peca de un exceso de one-perfect-shotismo bastante explícito, aunque cool y muy europeo. Sus películas suelen ser monumentales, pero mantiene su esencia del viejo continente. Es decir, Berger tiene el estilo perfecto de ese cine que quiere parecer interesante e inteligente.
En Cónclave seremos testigos de cómo los diferentes bandos eclesiásticos se someten a operaciones, traiciones e intrigas de todo tipo. Nuestro protagonista, un cardenal honesto cuya principal motivación es que el proceso de elección sea justo, pertenece al bando autodefinido como “liberal”. Impulsan la candidatura del aparentemente íntegro y progresista Bellini (Stanley Tucci), quien, entre otras causas típicas, apoya la apertura del sacerdocio a las mujeres y la inclusión de las disidencias sexuales en la Iglesia.
Sus contrincantes son varios. Tenemos al superstar cardenal Tedesco (Sergio Castellitto), un Ángel Faretta que aboga por la vuelta a la tradición: el uso del latín, la misa tridentina, los papas italianos. Un conservador reaccionario. Luego está Adeyemi (Lucian Msamati), el cardenal nigeriano que se erige como representante del Tercer Mundo. Pica en punta por ser negro, lo que le daría a la Iglesia una imagen progresista, a pesar de su conservadurismo social. Por último, el británico Tremblay (John Lithgow), un conserva tradicional y cínico, capaz de hacer lo que sea necesario para acceder al poder.
Y aquí está el problema —el más importante— de la película: su desvergonzado maniqueísmo.
Dentro del Cónclave existen dos únicas posturas políticas posibles: el liberalismo progresista o el conservadurismo (en cualquiera de sus formas). Podríamos tomar esto como una clara evidencia de la argentinización del debate político mundial. Pero lo más burdo es cómo se asignan roles: los “buenos” son los progresistas, los “malos”, los conservadores. Esto se lo acepto a un filme de acción, terror o guerra. En un thriller político queda demasiado expuesto. Parafraseando a un periodista kirchnerista conocido: “TE TOMAN POR BOLUDO”.
En la película casi no hay personajes reales, salvo por Lawrence. Son tipos ideales al servicio de la cosmovisión playa de la obra. Los cardenales conservadores son problemáticos, carentes de ética o, lisa y llanamente, fascistas. Lo que Berger hace con Tedesco al final de la película es paradigmático: lo destruye, lo caricaturiza, lo ridiculiza.
Hay un discurso muy bueno en la película: la primera homilía del cardenal Lawrence. Afirma que la Iglesia necesita un Papa que dude de su propia fe, que sea imperfecto, que no tema al pecado. No sé si Berger fue a misa alguna vez, pero está claro que a esa no. Su película no deja espacio para la duda en ningún momento.
Y otra cosa: para Berger, como buen liberal-progresista, la Iglesia debe aggiornarse. En una escena lo plantea de forma directa: el problema es que la institución está encerrada en sí misma y debe salir al mundo. Mi pregunta es: ¿en qué planeta vive Berger? ¿Acaso sabe algo de lo que ha hecho la Iglesia Católica desde Pío XII? Y en todo caso, ¿le corresponde a la institución más antigua de Occidente dejarse llevar por las volátiles agendas políticas del presente?
No quiero hablar mucho del final porque sería un spoiler. Solo diré que Cónclave termina de la forma más naïve posible, ofreciéndonos una especie de milagro de la providencia que engendra un mesías perfecto, diseñado, empaquetado y enviado directamente desde las oficinas del Partido Demócrata estadounidense.
Vuelvo un poco. Desde lo cinematográfico —si es que es posible diseccionar una película como si fuera un átomo— Cónclave es correcta. De la misma forma que lo era el anterior filme de Berger, el remake de Sin novedad en el frente (2022), casualmente oportunista, estrenado el mismo año en que comenzó la guerra entre Rusia y Ucrania y manteniendo el mensaje antibélico de la versión original. Esta última película también es oportunista (y esperemos que no lo sea tanto).
Digamos entonces que Berger es un baitero. Pero no uno gracioso y ocurrente como, por ejemplo, el Gordo Dan. No, es una clase más vergonzosa. Se parece a ese gran concepto sociológico de internet llamado aliade: un tipo que quiere llamar la atención de la chica progre linda apelando a los lugares comunes más básicos. En este caso, la acosada es la Academia, que esperemos no se rebaje a darle bola al pibe porque, pobrecito, lo está intentando.